Estamos en la ciudad de TORTOSA, finales de la década de los años cincuenta del siglo XX, enfilando mi vida infantil y experimentado las vivencias de aquellos momentos que fascinan a los niños cuando se les manifiesta la avidez y curiosidad por satisfacer todo aquello que de alguna manera despierta los resortes de su joven e inexperta personalidad.
Desde siempre, que yo
pueda recordar, me atraia mucho observar la presencia de todos aquellos atletas que a
lomo de una bicicleta de carreras, se iban acercando a la meta a la espera de
que dieran la autorización de salida, a
través de mis ojos infantiles todas las escenas se iban almacenando en mi
cerebro, alimentando la desinformación sobre toda aquella abigarrada mezcla de
colores, bicicletas, publicidad, conversaciones, bromas, piernas bien
musculadas, relucientes por los productos que utilizaban para masajearlas, en
el ambiente flotaba el aroma de los mismos, seguramente sería aquel linimento
SLOAN, “el hombre del bigote”, muy utilizado a finales
de los cincuenta y los primeros sesenta del siglo XX.
Otras veces me quedaba anonadado en las llegadas, ciclistas físicamente extenuados, sucios y no pocas veces con rasguños o heridas medio sangrantes, resultado de alguna caída o tropiezo con cualquier objeto inesperado en su trayecto, con los tubulares de las ruedas cruzados en el pecho, no
podía comprender los motivos y los muchos porqués que se acumulaban en mi mente
de niño, pasado el tiempo entendí perfectamente todos aquellos porqués, la grandeza
del esfuerzo físico titánico que aquellos atletas de las dos ruedas eran
capaces de entregar en la competición deportiva, "luchando" para ser el primero en cruzar la meta,
en mantener pedalada tras pedalada el liderazgo de la carrera, sufrir apretando
los dientes o abriendo la boca buscando el aire necesario para mantener la
regularidad y cadencia de la respiración, aportando el oxígeno necesario que el
corazón precisa para no desfallecer y muchísimo menos mermar la fuerza
necesaria implementada en las piernas para seguir demarrando en el llano, "escalando" puertos con desniveles de infarto, bajándolos a "tumba abierta" en pos de alcanzar
el primero cualquier meta volante o esforzándose en las subidas despiadadas
conquistando un puerto puntuable, lo pude discernir y al mismo tiempo
contestarme, todas aquellas nebulosas que de niño me acuciaban, sin lugar a dudas eran los "Gigantes de la Ruta".
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